Sin aviso alguno, una noche fría, de aquellas que se sienten eternas y un tanto asfixiantes, a la orilla de mi cama sentí como algo apoyó todo su peso.
Sigiloso, fue acercando su sombra rodeando con sus brazos cada parte de mi cuerpo impidiendo moverme, llegando lento y pausado a mi centro.
Se sentía como toneladas sobre mi pecho dificultando mi respiración. Como si hubiera olvidado cómo funciona aquel mecanismo innato.
Errático, intentando dar bocanadas de aire sin conseguir un resultado, conocí a mi nuevo “amigo”, alguien que nunca pensé conocer y que realmente teniendo en cuenta su presentación, presentí que nuestra relación no iba a ser la más sana de todas.
Por un largo tiempo, no quiso decirme su nombre, simplemente aparecía en los momentos menos convenientes a agobiarme con sus palabras un tanto hirientes, y sus ideas un poco pesimistas,sin perder la maña de hacer su magia, esa que me impedía respirar. A veces lo hacía hasta verme llorar sin fuerzas, otras, simplemente se cansaba y me soltaba.
Entendí con el pasar de los años quien era ese amigo que honestamente me caía bastante mal. Aprendí su nombre sin que él o ella me lo dijera, y aprendí a como escaparme de sus jueguitos mentales de mal gusto, juntando de a poco algunos trucos para defenderme, reduciendo así sus inoportunas visitas. Quizá, de alguna forma se iría por donde vino, dejándome por fin en paz. Tal vez, con un amigo menos, pero de todos modos es un tanto asfixiante y al final no me cae tan bien.